lunes, 2 de noviembre de 2009

Arena: crónica de una muerte anunciada


 
Los militantes y dirigentes de Arena añoran los viejos tiempos, cuando copaban todas las instancias gubernamentales, el tiempo en que para ellos la política era una actividad lucrativa, nunca rodeada de riesgos o peligros, nada más cuidándose de recibir los diezmos, pero no dejando huellas y cabos sueltos que en determinado momento pudieran ser objeto de delitos o pistas a seguir por la Fiscalía General de la República o la Corte de Cuentas; por supuesto que dominando estas instancias también cubrían otro flanco.

La política, vista así y a pesar de sus planes, proclamas y declaraciones, parecía inseparable de un hombre, de una persona. Las Asambleas Generales convocadas por Arena en su sede o la Feria Internacional, se llenaban de vivas o mueras, según las indicaciones dadas por los dirigentes. Puño sobre el pecho o manos derechas levantadas eran signo de poder, de mando y también de beligerancia. Se redactaba un manifiesto o un plan político y se concluía siempre con las mismas frases o slogans: "Dios, Orden y Progreso". O "Patria sí, comunismo no"; en los primeros años. Todavía hoy resuenan "Primero El Salvador, segundo El Salvador y tercero El Salvador". El fascismo expresado en su más vil crudeza.

El populismo era elemental también. Pero esos hombres como Alfredo Cristiani, Armando Calderón Sol, Roberto D´Aubuisson, Guillermo Sol Bang, y tantos sátrapas más, iracundos, ciegos de odio y con pocas luces, materializaron lo que ellos consideraron los requerimientos de la nación. A menudo fueron más allá de cuanto los planes y programas exigían y marchando con su himno guerrerista, trazaron los "nuevos rumbos" para el país. El consenso de Washington tocó sus puertas y adoptaron gustosos el modelo neoliberal, rindiendole culto al dinero, a la mercancía y a las transacciones comerciales, por encima de la persona humana. Ellos, una vez más, validaron la cruzada de su prepotencia por encima de las aspiraciones populares.

Con sus políticas impositivas, con el acelerado crecimiento económico para unas cuantas familias -"nuestra economía está sana", expresaban incansablemente, lema desde luego repetido y multiplicado por FUSADES, tanque de pensamiento de la oligarquía y, desde luego, por el dinosaurio de el diario de hoy-, el "progreso de la nación" estaba asegurado. Por eso también la insistencia y el coro constante de referirse a la "defensa de las libertades públicas" y de "mantener abiertos los cauces democráticos". La trampa efectiva que como siempre culminaba con las elecciones y las llamadas "fiestas cívicas".

Con la "libre emisión del voto y su contabilidad sin engaños", el pueblo contribuía inocentemente a legalizar la explotación, la democracia particular y las libertades esgrimidas por la oligarquía y sus instrumentos de dominación. Con el transcurso de los años, el proyecto neoliberal se fue consolidando: ganancias exorbitantes para unos pocos y miseria para las mayorías. Pero el modelo tenía patas de barro, levantando sobre la avaricia y el monopolio. Cuando se produjo la debacle del sistema financiero mundial, los capitalistas de este lado del hemisferio también empezaron a sentir sus efectos. Las ganancias disminuyeron, de tres millones de dólares mensuales a un millón; doloroso para sus acostumbrados modos de vida. En el aspecto político también comenzaron a asomarse pequeñas grietas, cada día más grandes, hasta convertirse en cráteres.

Con la pérdida de las elecciones presidenciales, los dirigentes de Arena comprenden que un ciclo ha terminado; más allá de interpretarse como una "derrota electoral", más que política, desaparecen las influencias, los privilegios y las colusiones. Más que sensibles, determinantes para el futuro de personas y funcionarios acostumbrados por veinte y más años, a vivir dentro del presupuesto de la nación. "Todo con el Estado, nada fuera de él", parecía la consigna eternizada. La colosal figura del partido oficial, armada con todos los recursos del Estado y de las organizaciones con él relacionadas, se redujo a una escala insignificante. Triste despertar para los que juraron permanecer "por siempre" con el gobierno y con el poder.

Los dolores y la angustia no han venido solos: los doce diputados rebeldes, disidentes o tránsfugas, como les llaman, son producto exactamente de esta descomposición, de esas grietas a que nos referimos, de ese autoritarismo y prepotencia que siempre ha caracterizado a la dirigencia de Arena. El buscar "afuera" o en políticos de otros partidos y signo ideológico, la excusa para revertir sus debilidades internas, son nada más "patadas de ahogado", simples escaramuzas cuando ya se tiene perdida la guerra. El destino de Arena, prácticamente está sellado. Se ha abierto una angosta brecha en el muro otrora imbatible. Aquí no valen declaraciones líricas o promesas de que "resurgiremos más fuertes y propositivos", como gusta decir doña Gloria Salguero Gross o el caballero Hugo Barrera, quien, por cierto, nunca es admitido en los círculos de la poderosa oligarquía.

Paradójicamente la organización política que, según palabras de su fundador, cerraba la era de los caudillos, ha venido en los últimos tiempos a resucitar momias y resistir la "necesidad" de modernización, con la terca imposición del presidencialismo. Cristiani no ha cambiado, es el mismo arrogante y soberbio jerarca, el representante de la oligarquía, el ejecutor fiel de las decisiones de los de "muy arriba" para someter a los "de muy abajo".

No es cierto, por otro lado, que con los problemas internos de Arena se crea ingobernabilidad: al contrario, el país ganaría mucho con el desaparecimiento y la liquidación definitiva de este partido guerrerista de la época de la Guerra Fría, fundado sobre los restos de miles de patriotas salvadoreños, torturados, mutilados y asesinados por los tristemente célebres Escuadrones de la Muerte.

Pocote

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