martes, 19 de enero de 2010

Poder llorar, pero de contentos.

Mamá Mila ha de haber llorado oyendo el discurso, dijo mi mamá mientras comentábamos en la sobremesa el discurso histórico donde el Presidente Funes reconoció:

...que agentes entonces pertenecientes a organismos del estado, entre ellos las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad pública, así como otras organizaciones paraestatales, cometieron graves violaciones a los derechos humanos y abusos de poder, realizaron un uso ilegítimo de la violencia, quebrantaron el orden constitucional y violentaron normas básicas de la convivencia pacífica. Entre los crímenes cometidos se cuentan masacres, ejecuciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas, abusos sexuales, privaciones arbitrarias de libertad y diferentes actos de represión. Todo estos abusos fueron ejecutados, en su mayoría, contra civiles indefensos ajenos al conflicto.

La Mamá Mila, una anciana venerable que fue un gran apoyo para nuestra familia en mi niñez, siempre cargó consigo la tristeza de nunca haber encontrado a su hijo, quien fuera apresado por cuerpos de seguridad en los años de la guerra y de quien nunca se volvió a saber nada. Una herida abierta en el corazón de una mujer que ha derramado amor a borbotones, incluso a quienes no éramos su familia, una herida abierta en miles de corazones de familiares, amigos y conocidos de víctimas de desapariciones, de torturas, de amenazas, golpizas, violaciones, de matanzas y ejecuciones sumarias que ejecutaron sistemáticamente diversos cuerpos de seguridad antes y durante la guerra. Dolor perpetuado por el intento de silenciar a quienes reclamaron conocer la verdad, y que se reconociera el abuso, el exceso de quienes amparados en un poder temporal ejercieron el terror de manera impune sobre quienes se suponía debían proteger.

Ese dolor encuentra un principio de alivio en esa aceptación de la responsabilidad del Estado, en las palabras de perdón y los actos consecuentes con la intención de resarcir el dolor ocasionado, de dignificar a quienes fueron vejados no solo por la pérdida de la persona querida si no además por la ignominia de la negación del abuso. Si bien es cierto que quienes cometieron los abusos y quienes se encargaron de mantener ese oprobioso silencio (ejemplo), no han sido quienes reconocieron sus faltas y aún, mantienen las posturas con que han agraviado aún más a las víctimas.

Mas hay que subrayar que esto solo es un principio. Las heridas en el corazón de las víctimas solo sanarán por completo si todo ese sufrimiento se vuelve lo que siempre ha debido ser: la semilla de una sociedad nueva. Los homenajes, la reparación son pasos ineludibles, pero no serán suficientes si no se deroga esa ley que institucionaliza la impunidad con que ex militares responsables de graves violaciones a los derechos humanos andan por ahí declarándose como los menos malos de una especie de película que nunca ocurrió.

Queda además que ese sentido de búsqueda de justicia y de reparación se extienda a todas las víctimas de la posguerra, a las familias de las personas asesinadas a diario, a las víctimas de las extorsiones, los secuestros. Es necesaria justicia y reparación para las víctimas de la inexistente planificación territorial, la pésima política de prevención de desastres, la no aplicación de una ley de medioambiente. No se trata únicamente de cumplir una promesa electoral, se trata de hacer eso que no hicieron durante décadas los gobiernos manejados por la oligarquía, cumplir con el mandato de proteger y garantizar el bienestar de la ciudadanía.

El discurso del Presidente Funes ha sido esperanzador, si. Mamá Mila y muchas madres, familiares y amigos de esas personas que durante veinte años ARENA quiso invisibilizar seguramente derramaron alguna lágrima de alivio. Pero les queda aún el poder llorar de contentos porque la sangre de sus seres queridos no fue derramada en vano, porque al fin hacemos que su sangre sea semilla no solo de esperanza, si no de bien, de verdad, de justicia.



Victor

No hay comentarios: